lunes, 6 de agosto de 2012

Una princesa, mi princesa.

Era casi una niña, todavía no había visto todo sobre la vida, le quedaba mucho camino que recorrer. Yo no era quién para decirle que debía y que no debía hacer.
Cuando pasé cerca de su habitación, pude escucharla llorar. No pude evitar entrar. Y allí estaba, tendida sobre la cama, maldiciendo el momento de su nacimiento.
Ella siempre lo decía, una vez que empezaba a llorar, ya no podía parar.
Me acerqué y me senté a su lado, sin apenas rozarla.

- ¿Qué te pasa princesa?
+ Yo solo quería encajar, ser feliz, pero son demasiado diferentes a mi.
- No necesitas encajar, necesitas ser tu misma.
+ Claro que lo necesito.
- Anda, ven aquí.

La escondí entre mis brazos, acurrucando su cabeza en mi pecho. Intentaba hacerle ver que ella era perfecta, que era un tesoro, pero que no todas las personas eran sus piratas.
Después de un rato abrazándola, sonrío, se había dado cuenta de que había muchas formas de encajar.
En mis brazos por ejemplo, a ella, no le hacía falta más.
Era una princesa, mi princesa.

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